. “Te esperan muchos días sin éxito y temporadas enteras sin éxito. Habrá grandes malentendidos y profundas decepciones. Debes estar preparado para todo esto, esperarlo y sin embargo, obstinadamente, fanáticamente sigue tu propio camino ”.
Anton Chéjov..
Nací en Melilla en 1960. Un año de epidemias. Mi abuela paterna, a los pocos meses, dijo: “este es muy débil, se nos va a ir”. Pero no, me quedé.
A mi abuelo materno no lo conocí. Mi abuelo paterno era militar africanista, estuvo en las campañas de la guerra de Marruecos y en las de la Guerra Civil. Conservo sus medallas. Como Borges, a menudo me pregunto si estaré a la altura del pasado épico de mis antecesores. Si no temblaría en el frente, esquivando las balas que me estuvieran buscando.
Cuando tenía cuatro años mi familia nuclear se desplazó a Valencia. Fue un periodo difícil. Todavía no había llegado el Desarrollismo. Luego, cuando llegó este, empezó el despegue de la familia. Fue un periodo extraordinario, una energía social que no he vuelto a ver nunca más. Trabajábamos mucho: mi padre, fuera de casa; mi madre, dentro; los hijos, en el colegio. Primero fui a los claretianos. Me fue bien en lo académico y en lo deportivo: jugué las finales de España de baloncesto infantil. Todo parecía posible en aquel tiempo.
Luego, el bachillerato superior lo hice en Ntra Sra De el Pilar.
Nunca he visto luego – si descontamos el ejército- un periodo en el que hubiera mayor igualdad e interclasismo como en el escolar. En El Pilar, más concretamente, estaba mal visto que alguien presumiera de cochazos o de dinero. Al contrario, los más admirados eran los mejores alumnos, sin importar si tenían o no posibles.
Entré en la Facultad de Químicas con cierta vocación científica que en seguida perdí. Yo no estaba hecho para estar en una laboratorio ni para dedicarme a la enseñanza. Allí conocí, cuando aún no tenía 20 años, a la que es mi mujer.
Creo Elvira y yo que somos inseparables. Todo, desde que entramos en la edad adulta, lo hemos aprendido juntos. No concibo la vida sin ella.
En el ejército, como alférez de artillería antiaérea conocí a los chicos más inteligentes que he visto. Los 5 primeros de la promoción eran superdotados que no estudiaban nunca.
Luego entré en el departamento comercial de la filial de una multinacional químico-farmacéutica. Empecé a viajar, a ver y a interpretar el mundo. Trabajé en otras empresas, viajando cada vez más lejos.
Los noventa fueron para mí un periodo muy grato. Teníamos dos mellizas nacidas en 1989. Criarlas supuso mucho trabajo y una enorme ilusión. Un periodo muy feliz. Por las noches, cuando se habían dormido, yo hacía la tesis doctoral.
Mis hijas dieron la campanada: Irene se fue a París a estudiar en la prestigiosa Grand École de Sciences Politiques. Alejandra ganó una beca de La Caixa y se fue a Canadá a la universidad McGil, a estudiar psicología clínica.
Como sus vidas estaban ya encauzadas era para mí el momento de dedicarme a la literatura. Empezaba una nueva fase. La fase de trabajar en la oscuridad (literalmente, porque lo hacía de noche, después de cenar), la de los muchos días de seguir, fanáticamente, mi propio camino.